Hace algún tiempo me enviaron por correo un escrito de Ariel Hidalgo en el que se presenta a los cubanos como sempiternos y recalcitrantes homicidas imperfectos, deseosos de la muerte de una persona, usualmente tiranos.
Al parecer con las glorias se olvidan las memorias, quizás Hidalgo por el tiempo fuera de Cuba, ya se ha aclimatado a la realidad en que vive, donde si no te gusta un presidente, esperas a lo sumo ocho años y saldrá otro y puede que de tu agrado, por quien votastes y quizás hicistes campaña. Así los franceses, alemanes, italianos y otros países que disfrutan de la democracia. Les basta esperar, quizás antes, pues si sucede algo desagradable como Watergate no termina el elegido al frante del gobierno su mandato.
Pero sucede Hidalgo, por si lo olvidastes, que los dictadores no entregan el poder buenamente, bien lo sabe el cubano que ha sufrido dictaduras de todos los colores y espectros políticos, de hecho, por si lo olvidastes, ahora tenemos posiblemente la que bata todos los records conocidos, ya va para casi la friolera de 50 años.
Presentar al cubano como empedernido en la muerte de un tirano, no es delito, pecado, ilegal y hasta donde sé, no engorda. Muchos deseaban la muerte de Hitler, especialmente aquellos que no eran alemanes y se encontraban en países donde la horda fascista campeaba por sus respetos.
Más de una personalidad y por que no, pueblos, han deseado alguna vez la muerte de aquel que les impide, coarta y suprime la libertad, el derecho a la vida con dignidad, etc.
Lamento Hidalgo, que siendo cubano, quieras introducir en la idiosincracia del cubano un deseo homicida.
Por mi parte me incluyo en los que desean, sí, desean, porque desafortunadamente otra no es la solución, la muerte del tirano, ojalá y sea de forma natural, se la deseo hasta durmiendo él, no yo, tengo sueños dulces, las más, pesadillas despierto por su causa, como la que describo en un post anterior sobre el jabón de sábila.
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