martes, 8 de septiembre de 2009

¿Segunda Parte?

No termina el hombre de esperar tranquilo a La Parca, es tan grande el influjo, el encantamiento del poder, que pocos en la historia han podido escapar a su embrujo, es tal el mérito de estas personalidades, que se les enera y estima. El ejemplo cumbre de ello, bien podría ser Mahatma Gandhi, el indú quien esquivó la tentación del poder inmenso que le fue otorgado en su oportunidad, previendo cuanto mal pudiera hacer a su cruzada pacífica y sus propósitos de convivencia y tolerancia en una sociedad que finalmente se desgajó entre hindues y musulmanes. ¿Y qué si no, persigue el hombre al parecer es la meta de la mayoría?, poder, bien sea a través del dinero, la fama u otro extraño camino que le lleva a domeñar a otros iguales, incluso despóticamente. La tendencia es genética, viene de cuando el ser humano competía con otros animales por la sobrevivencia y luego la supremacia, permaneciendo incólume en su espíritu a traves de miles de años, otros animales quedaron en expresiones más sencillas del poder o la competencia por este, plumas, devaneos, etc. Al ser un instinto atávico, es más peligroso y difícil de controlar o evitar los estragos. No se persigue el dinero per se, se persigue el poder que entraña, el dominio sobre otros de la misma especie.
Es el límite que demarca y evita la existencia primitiva de la humanidad, lo conseguido hasta ahora, para lograr insertar la libertad individual dentro de una sociedad en democracia, donde los intereses se equilibran en aras del bien común y por ende, la existencia pacífica, el respeto y aceptación de normas y reglas, aun cuando nos parezcan o sean endetrimento de la individualidad. Siglos y siglos de de paz, guerras, sistemas de gobierno, etc; han devenido finalmente a la comprensión de que libertad y democracia han de ir de la mano, la una es nutriente y sostén de la otra en una relación biunívoca, inseparables medularmente.
El poder, representa un peligro potencial a la libertad y la democracia, se regula y legisla en aras de mantener el equilibrio y balance que evita que el poder devore a ambas en una sucesión de eventos imperceptibles dentro de las corrientes sociales.
Atrás han quedado, para los países más civilizados, sistemas de gobierno como el absolutismo, regencias, y aun más, el dominio de un dogma por sobre gobiernos nacionales, como lo fue la época cúspide de la iglesia católica dentro de la Edad Media. Se sucedieron reajustes, se aprendió de muchos peligros terribles, cómo evitarlos o subsanarlos.
La evolución del ser humano, no ha sido uniforme o al unísono, se ha producido siguiendo pautas generales, bien alterando el orden en algún nivel o por etapas claramente definidas. Incluso, etapas posteriores reflejan de alguna manera y en menor escala, modifcados en su aparencia pero manteniendo la esencia, procesos inconvenientes, retrógrados y condonados para la sociedad moderna.
El proceso iniciado hace 50 años, autoproclamado "revolución" en Cuba, es en su esencia y proyección, una mezcla de la época del oscurantismo, con cacerías de bruja, sentencias severas por faltas menores o ninguna, violencia de una mayoría atrapada convertida en jauría por un nacionalismo a ultranza y una regencia cruel e intolerante, aterrorizadora de los habitantes de la isla.
Cuando hace algún tiempo parecía abrirse el horizonte para el país, quedando atrás años de "revolución" para dar paso a la necesaria e inevitable evolución, se ve demorada por el afán de un hombre de aferrarse al poder; poco a poco, se siente la presencia cual sombra macabra y regurgitada del otrora dictador. No reformar, no cambios, y como para despejar cualquier duda, devoraron al relevo, al hombre nuevo, doliente de verse ignorado y apartado como siempre, cuando en su infantile cerebro, creían ellos que iban a ser premiados, sustitutos de los viejos y ya decrépitos funcionarios, hacedores del cambio necesario y prudente. En los tirones hacia adelante y hacia atrás de estos pocos años sin el dictador mayor, ya los cubanos no sabemos y peor aun, no nos interesa, quien detenta la silla dictatorial, si es en comandita, a partes iguales o según les parezca y logren cada uno de los dos en la refriega por el poder. Es tal la atención que roba llevar algo al estómago de uno y los propios, que tristemente ha sido relegado al último plano la política y el gobierno, como ha sucedido a través de la historia en tiempos de desgracias y miserias.
Condenados por haber pertenecido a una metrópolis dormida en los laureles de sus éxitos y rezagada del resto de sus vecinos en lo social, económico y político, hemos heredado los defectos y virtudes; los primeros, el saco de sal al cuello de quien ahoga en el agua más que las segundas pudieran relucir. Aun hoy, esa misma metrópoli se debate en despertar del letargo, aupada por sus convencinos y de poca ayuda o influencia por la geografía y el recuerdo vivo de una separación dolorosa y violenta en todos los casos, de nuestras naciones.
El dictador, escarmentado por cabeza ajena, evita demorando los caminos obligados de la humanidad. Aun más, ha logrado por años de ponzoña, envenenar y obnubilar a algunos pueblos de latinoamérica, llevándoles a cultivar la atávicas y perniciosas costumbres del odio y la violencia, creando un enemigo irreal, que a estas alturas, es el amigo más cercano que tenemos y deseoso de echar una mano, olvidando rencores y errores del pasado, en aras del beneficio común de la región, de un clima de paz y prosperidad, de progreso a la libertad y la democracia, siendo hasta ahora fehacientemente demostrado, ser la vía hacia el futuro.

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