Los sintomas, aun cuando no son visibles en la cúpula dictatorial, ya se hacen sentir en la calle, lugar en que transcurren los grandes cambios sociales; el ingrediente que le falta a la superexplosiva mezcla, un liderazgo, llegado el momento es prescindible.
Luego de aquel tímido intento de enterarse de lo que pensaba el pueblo, las famosas encuestas, el susto fue brutal, les llevo a deshacerse de los retoños florecientes de los cuales se ufanaban poco antes; de manera expédita la hermandad depredadora, copó con militares fieles y miembros ancianicos los altos cargos. Como táctica, no está mal concebida, pero le falta la esencia, la estrategia para llevar a buen fin el propósito de guardar la ropa antes del baño.
Los vaivenes y las insuficientes reformas, la desconfianza luego de decenios de promesas incumplidas; han dado al traste con todas y cada una de las de los medianeros cambios. El rebaño extremista, ha sido capturado entre dos fuegos cruzados, no intencionalmente, es el fuego cruzado del pánico, de la oscuridad que se les aviene antes del fin. Hablar sobre como hubiera transcurrido un cambio con la muerte del ahora demente senil, es especular a estas alturas, pero el rídiculo y la caída del pedestal, me llevan a pensar que aun estos en demasía, han sido provechosos; el striptease ideológico y moral del otrora todopoderoso, pone en dificultades al delicado hermano sustituto, sin prestancia o arrojo para dar el rostro a la tormenta anunciada por años de derrucción e ineptitud, apresurada a su fin por sabe qué absurdos consejos o elucubraciones se le avinieron en el descanso brumoso del alcohol y que ni corto ni perezoso acometió.
Las orillas otrora delimitidas pero apretadas, se han convertido en abismo insalvable, ha quedado el pueblo, el peor parado, victima de su error; mientras en la opuesta, una familia se aferra al poder, no al poder efectivo, sino, al de no sucumbir en la ira cuando se desate, poder salvarse de la hecatombe sobre ellos con bolsa incluida en el salvataje, claro.
Puestos entre la espada y la pared, arrinconados, no queda otra alternativa que doblegar la hoja y el filo con el corazón, arrojarse sobre la espada y luego sanar las heridas, el tiempo lo cura todo; venga la cicatriz que dolerá cuando intente llover desgracia nuevamente sobre el pueblo cubano.
Luego de aquel tímido intento de enterarse de lo que pensaba el pueblo, las famosas encuestas, el susto fue brutal, les llevo a deshacerse de los retoños florecientes de los cuales se ufanaban poco antes; de manera expédita la hermandad depredadora, copó con militares fieles y miembros ancianicos los altos cargos. Como táctica, no está mal concebida, pero le falta la esencia, la estrategia para llevar a buen fin el propósito de guardar la ropa antes del baño.
Los vaivenes y las insuficientes reformas, la desconfianza luego de decenios de promesas incumplidas; han dado al traste con todas y cada una de las de los medianeros cambios. El rebaño extremista, ha sido capturado entre dos fuegos cruzados, no intencionalmente, es el fuego cruzado del pánico, de la oscuridad que se les aviene antes del fin. Hablar sobre como hubiera transcurrido un cambio con la muerte del ahora demente senil, es especular a estas alturas, pero el rídiculo y la caída del pedestal, me llevan a pensar que aun estos en demasía, han sido provechosos; el striptease ideológico y moral del otrora todopoderoso, pone en dificultades al delicado hermano sustituto, sin prestancia o arrojo para dar el rostro a la tormenta anunciada por años de derrucción e ineptitud, apresurada a su fin por sabe qué absurdos consejos o elucubraciones se le avinieron en el descanso brumoso del alcohol y que ni corto ni perezoso acometió.
Las orillas otrora delimitidas pero apretadas, se han convertido en abismo insalvable, ha quedado el pueblo, el peor parado, victima de su error; mientras en la opuesta, una familia se aferra al poder, no al poder efectivo, sino, al de no sucumbir en la ira cuando se desate, poder salvarse de la hecatombe sobre ellos con bolsa incluida en el salvataje, claro.
Puestos entre la espada y la pared, arrinconados, no queda otra alternativa que doblegar la hoja y el filo con el corazón, arrojarse sobre la espada y luego sanar las heridas, el tiempo lo cura todo; venga la cicatriz que dolerá cuando intente llover desgracia nuevamente sobre el pueblo cubano.
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