Refrenas el paso por la inclinada
pendiente de la calle, alzas la vista y te sorprende el más hermoso paisaje
salido del pincel de la naturaleza. La suciedad, la improvisación constructiva,
ni la triste realidad de un país bajo una dictadura, eclipsan el asombro y
estupor que provoca una elevación natural vestida de vegetación por encima de
cualquiera creada por la mano del hombre, imponente para mí, acostumbrado a la
llanura costera en que me crié, quedo embobado del paisaje en lontananza; mucho
menos extraño el frio y húmedo invierno de la Habana; aquí en Santiago no hay
invierno, pienso que una tienda de abrigos quebraría en breve, así de benigna
es la temperatura.
Caminan por sus calles diosas
voluptuosas, de labios carnosos y andares de princesa, un diseño cercano a lo
perfecto regala la vista muy a menudo. Zalameras y encantadoras, gustosas del
desdeño fingido, del juego amoroso con principio tempestuoso, para el recién
llegado le parece difícil y poco
probable hacerlas caer en los lazos de Cupido, pero bástele alejarse un poco, una
distancia misteriosa, mostrar desinterés y la presa se acerca curiosa y
dispuesta a averiguar.
No sé bien, creo que me he enamorado,
pero no solo de lo bello, ¿pues acaso puede ser amor si no se aceptan las
buenas y las malas?
Cuando he estado en los calabozos, cuando
he visto y probado los golpes; a mis compatriotas de lugar tan bello penar por
la injusticia de la dictadura, sin derechos, soportando la impunidad de las
autoridades, olvidados y huérfanos de defensores, prolijos en penas de prisión
y encierro, castigados de antemano por algo que no han hecho, acosados hasta
atemorizarlos y paralizarlos por el terror; mi corazón sólo tiene esta oración:
Santiago, este habanero te ama y voy a estar contigo en estas malas y en las
buenas que están por llegar.
Chely.